Se cuenta que en la época de los
reyes Católicos existía costumbre de que los partos reales fuesen presenciados
por testigos de la nobleza. Parece ser que esta costumbre venía del tiempo del
rey Pedro I el Cruel, en que la madre fue acusada de pasar a otro niño por el
suyo, y para evitar que eso sucediera se acordó que hubiese en el parto algunas
personas que fuesen testigos.
Cuando llegó la hora del parto de
Isabel la Católica, que tuvo cinco hijos, la reina no se negó a la asistencia
de los testigos, pero si pidió que se le tapase la cara con un paño, no queda
claro si por la vergüenza a que la vieran, porque la verdad es que no debía ser
muy agradable estar pariendo y tener un coliseo de gente alrededor, aunque fuesen
los nobles de su corte.
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